Saturday, March 26, 2011

Verdad & Humildad

Creo que la mayoría de las personas estaría de acuerdo con la siguiente propuesta: “Todos tenemos distintas habilidades y talentos”. Esto es porque reconocemos que cada persona es un individuo diferente y una mezcla única de potencial genético y desarrollo personal influenciado por su entorno e historia particulares. Todo el entorno y todos los eventos de nuestra historia corren a la hora de formarnos como personas, hasta en los más mínimos detalles, de forma que ni siquiera hermanos gemelos criados en un mismo hogar son iguales. Es a final de cuentas esta diferencia las que nos vuelve únicos y especiales y esta diversidad en el ser humano la que otorga a nuestra especie su enorme capacidad y potencial.

Ahora, es natural que si existen diversas habilidades estas puedan ser comparadas unas con otras y puedan ponerse en una determinada escala. Lo hacemos sin duda con facilidad para cosas como el atletismo, donde las marcas están en segundos y es trivial determinar quién es el primero, quién el segundo, y así. Si le preguntáramos al campeón de 100 metros planos como se considera para ese deporte, no debiera extrañarnos si respondiera “me considero el mejor”. ¿No es acaso exactamente eso lo que el título significa? ¿Es engreído decir algo que es en el fondo verdadero?
Si sabemos que cada persona tiene distintos talentos y capacidades y que estos pueden darse en distintos niveles debiera ser natural discutirlos en esos términos. Curiosamente, tengo la impresión de que en nuestra sociedad no es así, sobre todo cuando una persona debe hablar de sus propias habilidades. Constantemente minimizamos la importancia no solo de logros y debilidades sino también de las de otros. El objetivo pareciera ser hacer de todas las personas lo mismo, parte de un mismo grupo. Si un amigo nos cuenta de un gran éxito personal o una historia nuestra reacción es de poner en duda la importancia del éxito, disminuir su relevancia o contar una historia similar para demostrar que no es algo único o especial. Una persona que es abierta en reconocer y enorgullecerse de sus habilidades y que se limite a un relato verdadero y objetivo se nos hace de inmediato soberbia o exagerada. Si Gandhi hubiera venido a Chile y hubiera dicho “me considero una persona humilde” lo hubiéramos encontrado un sobrado. La ironía es extrema.

El problema es que esta percepción termina por destruir cualquier percepción de valor que tengamos de nosotros mismos y de nuestras habilidades. Alguien que hace algo extraordinario se auto-justifica frente a la sociedad diciendo “tuve suerte”, “cualquier otro podría haberlo hecho”, “solo pude porque recibí tal o cual ayuda” o “solo pude hacerlo porque de chico recibí tal o cual cosa”. Todas estas cosas pueden ser verdad y pueden darnos el contexto que permitió algo excepcional, puede explicarlo, pero no debiera disminuir el hecho en sí ni su valor real. Volviendo atleta olímpico que acaba de batir un record, ¿es justo decir “debe haber miles de otros que si hubieran tenido la misma educación, suerte y entrenamiento hubieran logrado lo mismo”? En mi opinión no, no es justo, ya que ninguno de los otros potenciales miles de candidatos LO HIZO. En mi opinión, una persona está definida no por lo que podría haber sido o podría haber hecho, sino por lo que es y por lo que ha hecho.

Esta tendencia social a racionalizar para diluir los hechos no se da solo para los logros, sino también en aspectos más negativos. A menudo un criminal es visto como un objeto de lástima y se desestima su responsabilidad en los crímenes cometidos si es que este tuvo una mala infancia, nació en un barrio difícil o quién sabe que otros argumentos. Estas razones pueden sin duda ser verdaderas y pueden probablemente explicar y contextualizar el crimen al igual que muchas otras hacen lo mismo en el caso del atleta. Nuevamente, en mi opinión, dichas racionalizaciones no aportan mucho ni hacen justicia a la persona. El peligro está en que no es difícil extender la racionalización hasta un punto en que ninguna persona es jamás responsable de sus actos, ya sean positivos o negativos, convirtiéndonos en una sociedad de niños, sin héroes ni anti-héroes.

La cruda verdad es que no somos todos iguales ni hay atributo alguno que esté uniformemente distribuido en una sociedad. Tenemos que aceptar no solo que las personas pueden ser distintas, sino que una determinada persona puede ser derechamente mejor que otra. ¿Quién pondría en el mismo saco a Gandhi y a Hitler? Sin embargo, en la mayoría de los casos no estamos comparando extremos sino personas comunes y corrientes. Es bueno recordar en este caso que los atributos de un ser humano son muchos y de distinta índole, por lo que resulta difícil comparar personas en términos absolutos. Uno puede ser un gran atleta y otro un gran filósofo. Las valoraciones de si es más importante el atletismo o la filosofía nos son demasiado relevantes ya que distintos individuos y sociedades probablemente les asignan valores muy diversos. Lo importante es que pueda reconocerse al atleta destacado y al filósofo destacado, cada cual en lo suyo, y que no se intente por el contrario minimizar sus logros o personas.

Es muy posible que esta idiosincrasia chilena de disminuir la importancia de las personas esté muy relacionada con nuestra conocida falta de seguridad o autoestima, aunque no sabría decir cuál es la causa y cual el efecto. Lo cierto es que nos cuesta relacionarnos con una gran cantidad de extranjeros que no comparten esta característica cultural, ya sea porque nos ponemos a la defensiva o bien porque los descartamos como arrogantes. Sin embargo, esta actitud no nos vuelve una sociedad humilde. Mi opinión es que no solo es esta una falsa humildad, sino que hacemos lo imposible para mostrarnos de otras formas menos verbales, como por ejemplo mediante la ostentación.

La verdadera humildad no es la que nos hace mentirnos a nosotros mismos sobre nuestras capacidades, nuestros logros o nuestro valor como personas. La verdadera humildad está en la forma en que actuamos cuando conocemos la verdad sobre dichas cosas. Es la humildad con que el atleta más destacado ayuda a otros a ser mejores, la humildad con la que el más adinerado se relaciona en igualdad con el más pobre, la humildad en el erudito que no intenta ridiculizar al ignorante, en la modelo que se sabe hermosa pero no discrimina a la más fea. La verdadera humildad está en aquellas grandes personas que entienden que siempre se puede ser más grande aún y que ser grande en algo no lo es todo en la vida. Son aquellos que, sin dejar por un momento de ser grandes, alimentan nuestra esperanza e inspiración sin hacernos sentir inferiores.

Siempre va a haber aquellos que teniendo grandes logros son capaces de ser humildes (como también engreídos que se las ingenian para serlo con muy poco), son aquellos que en el fondo entienden que en toda nuestra diversidad hay una única categorización que vale la pena y en la que, curiosamente, resultamos ser todos iguales: todos somos personas.

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