Todos nosotros nos hemos visto enfrentados en los últimos días al temor, la pena, la pérdida y otros sentimientos para los cuales nunca se logra estar preparado. Me sorprendí al descubrir entre ellos a la esperanza, al desafío de enfrentar la adversidad. Pensé que más allá de discursos y celebraciones, teníamos la oportunidad de demostrarle al mundo, pero sobretodo a nosotros mismos, qué clase de país hemos construido en estos 200 años.
Poco tardó mi optimismo en convertirse en vergüenza a medida que historias de vandalismo y anarquía llenaban las portadas. Sé que estos actos no debieran opacar las historias de esfuerzo, altruismo y perseverancia que debieran llenarnos de orgullo y lanzarnos tras el ideal de una misma bandera. Sin embargo, inevitablemente, lo hacen.
Y es que son estos actos de vandalismo lo que me hacen reflexionar… ¿Qué está fallando? La lista de sospechosos es la de siempre; tal vez la educación (a la vez causa y remedio de todos los males) o tal vez los mecanismos de incentivos y desincentivos que empujan al chileno a hacer lo correcto (aunque sea debatible la existencia de los primeros o la eficacia de los últimos).
Pero el problema es más profundo, son simplemente demasiados los que, a la primera oportunidad o dificultad, caen. No creo que siempre haya sido así, he escuchado muchas veces que pueden quitártelo todo, pero no pueden quitarte tu honor, quien eres en verdad. Sin duda esta es una situación donde el dicho se pone a prueba, pero ¿dónde está el honor?
No tengo respuestas, solo preguntas. ¿Será que el consumismo genera artificialmente tal necesidad que la moral queda en segundo plano? ¿Será que cada cartel y cada comercial que ves te recuerda que la felicidad está siempre un producto más allá? ¿Habrá un individualismo donde mi bienestar es lo único que importa, sin pensar en el prójimo? ¿Nos habrá convencido el exitismo de que el fin justifica los medios? ¿Somos estos nosotros, como sociedad?
Espero que otros más sabios que yo puedan en verdad responderlas, pero si las respuestas llegaran a ser afirmativas, entonces los saqueos son algo obvio y lógico. El estereotipo sería preocupante; un individuo solo, vacío y amoral, poseedor además de mucho más sentido del derecho que del deber. No cuesta imaginarse este estereotipo cada vez que las noticias hablan de corrupción, protestas infundadas, robos, violencia y tantos otros que son parte de nuestro día a día. Tampoco cuesta sentirse abrumado, desprotegido, desesperanzado o inclusive enojado. Sin embargo, Chile también ha demostrado ser enormemente solidario y constructivo. Es una extraña contradicción la que estamos viendo hoy, todas nuestras virtudes cara a cara con nuestras debilidades. Y mientras la paradoja nos muestra distintos caminos es que se me ocurre una última pregunta: ¿Estamos poniendo atención? ¿Tenemos los ojos abiertos?
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